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EL SILUETAZO

La pregunta sobre cómo representar lo irrepresentable, cómo dar visibilidad a la presencia de una ausencia se aloja en el núcleo de los debates en torno de las paradojas de la representación. El “siluetazo” fue, en este sentido, una acción estético-política que logró simbolizar la desaparición y articular de manera emblemática el arte con una demanda social colectiva: la aparición con vida de miles de desaparecidos durante la última dictadura militar. Rodolfo Aguerreberry, Julio Flores y Guillermo Kexel, los tres artistas visuales, idearon la acción y acercaron la propuesta a las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, entre otros organismos de derechos humanos y organizaciones sociales. Pocos meses antes de que concluyera el régimen militar, el 21 de septiembre de 1983, en el marco de la III Marcha de la Resistencia, los organizadores improvisaron un taller al aire libre y, usando plantillas, comenzaron a delinear siluetas humanas sobre papeles, que luego pegaron verticalmente sobre las paredes de los edificios aledaños, sobre otros carteles existentes, sobre árboles, etc. Este gesto fue el puntapié inicial para que el público se apropiara inmediatamente de la tarea. Cientos de manifestantes aportaron otros materiales para realizar las siluetas, “pusieron sus cuerpos” para bosquejarlas y se sumaron a la pegatina impulsada por los organizadores.


Para el historiador del arte Roberto Amigo, el “siluetazo” implicó la toma de la Plaza de Mayo política y estéticamente, y el modo de hacerlo, una recuperación de los lazos solidarios perdidos durante la dictadura. 

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